Botero Angulo, Luis Fernando

(Medellín, 1932) Pintor. Considerado la figura más representativa de la pintura colombiana en el mundo. Autodidacta. Es el segundo de los tres hijos del comerciante David Botero y de Flora Angulo. Hacia los doce años se inscribió en la escuela de toreros del banderillero Aranguito en la plaza de La Macarena en Medellín, donde permaneció por dos años. Eso explica que su primera obra conocida sea la acuarela de un torero, tema que lo acompaña hasta la actualidad. Se inició como dibujante en el periódico El Colombiano en 1949. En 1951 se trasladó a Bogotá y a los 19 años realizó su primera exposición individual en la galería de Leo Matiz. Sus primeros motivos eran los hombres y los caballos. Participó en 1952 en el Salón nacional de artistas, donde obtuvo el segundo puesto con su óleo Frente al mar. A finales de ese año decidió probar suerte en Europa, para lo cual se matriculó en la Escuela de San Fernando, Madrid (España), y luego, tras una breve estancia en París (Francia), pasó a Florencia (Italia), donde tuvo como profesor a Giovanni Colacicchis, en la Academia de San Marcos, y ganó el primer premio en el concurso de técnica de frescos de la academia en 1954, con el perfil titulado La holandesa. En Florencia profundizó su conocimiento sobre el renacimiento italiano y la pintura del cuatrocento. En 1955 regresó a Colombia, y a finales del año contrajo matrimonio con Gloria Zea Hernández, con quien tuvo tres hijos (Fernando, Juan Carlos y Lina) y se radicó en México cerca de un año, en medio de notables dificultades económicas. Allí se dedicó a estudiar el muralismo mexicano y elaboró uno de sus cuadros más apreciados Bodegón con mandolina (1956). En 1957 fue premiado con el segundo puesto en el X Salón nacional de artistas con su obra Contrapunto. En 1958 fue ganador del primer premio de pintura en el XI Salón de artistas colombianos por La cámera degli sposi, más conocida como Homenaje a Mantegna. Al año siguiente fue nombrado profesor de pintura en la Escuela de Artes de la Univ. de Bogotá, cargo que ocupó hasta 1960. En esta época su pintura comenzó la transición definitiva hacia el volumen con la obra Obispos muertos. Las ‘gordas’ llegaron accidentalmente un día, de regreso a Bogotá, mientras pintaba una naturaleza muerta con una mandolina, y el hueco se agigantó inesperadamente como una especie de iluminación estética. Durante 1959 y 1960, Botero fue asesor artístico de la revista Lámpara, dirigida por el poeta Álvaro Mutis. En 1960 se separó de Gloria Zea y viajó en octubre a Nueva York (EE.UU.). No hablaba ni una palabra de inglés y apenas tenía 200 dólares y tres vestidos. Vivió en un diminuto estudio en la esquina de McDougall y la calle tercera, en Greenwich Village. Botero tuvo que sobrevivir haciendo réplicas de las grandes obras para los visitantes de los museos. Un año después, el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió su obra Monalisa de 12 años. En 1964 se casó con Cecilia Zambrano con quien tuvo un hijo (Pedro). En 1970 Botero ingresó a la Galería Marlborough. Con las exposiciones realizadas en Nueva York adquirió fama universal. Su regreso a Europa fue triunfal. En 1973 se radicó en París (Francia) y, en un viaje a España en 1974, sufrió un accidente automovilístico en el que perdió a su hijo Pedro y una falange de su dedo meñique de la mano derecha. En 1975 se separó nuevamente y un año más tarde conoció en París a la escultora griega Sophia Vari, con quien vive desde entonces. En este mismo año recibió la Orden Andrés Bello del gobierno de Venezuela y se dedicó de lleno a la escultura, dejando de pintar por cerca de dos años. De esta época es su escultura Mano, basada en su mano izquierda (que salió ilesa del accidente). En septiembre de 1977, para honrar la memoria de su hijo fallecido, Botero inauguró la sala Pedrito Botero en el Museo de Antioquia de Medellín con 17 obras. En octubre de 1977 presentó por primera vez al público sus esculturas en la IV Feria internacional de arte contemporáneo de París. Durante la década del ochenta, Botero se concentró en la escultura, principalmente en bronce y mármol, en la que predomina la figura humana en distintas posiciones. Botero trabaja en varios sitios del mundo: en su apartamento de París (Francia) pinta los óleos grandes; en su casa de Piedrasanta, en la Toscana de Italia, funde las esculturas de bronce; en su apartamento de Montecarlo, en la Costa Azul, hace los trabajos más pequeños en acuarela, tinta china y sanguina; en su apartamento de Nueva York (EE.UU.) pinta pasteles y acuarelas de gran tamaño. Siendo ya un artista consagrado, Botero inició entre 1992 y 1997 una serie de exposiciones en las grandes avenidas del mundo, que cambiaron la forma de acercar el arte al público, con la exposición de sus gigantescas esculturas en los Campos Eliseos de París, en la Park Avenue de Nueva York, el centro de La Castellana en Madrid, el Mall de Washington, Los Angeles, Buenos Aires, Río de Janeiro y Santiago de Chile. En 1999, la ciudad de Florencia le ofreció las plazas de los Oficios y la Signoria, y la sala de armas del Palazzo Vecchio, para conmemorar sus 50 años de vida artística con una exposición de esculturas y pinturas. Botero, quien convirtió en universal la temática local, ha llevado sus obras a Nueva York, Buenos Aires y Montecarlo. Sus gigantescas esculturas que pesan entre 500 y 1 000 kilos y que cuestan aproximadamente 1 500 millones de pesos en promedio, han sido expuestas en España, Italia, Argentina, Francia, Japón y China. En los últimos años ha expuesto en los salones más importantes del mundo en España, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Venezuela, México, Brasil, Austria, África del Sur, Corea, Suecia, Argentina, Japón y Colombia. Actualmente sus obras están cotizadas entre las más costosas del mundo, tal es el caso del Desayuno en la Hierba que fue vendida por 1 050 000 dólares. Botero realizó una donación al Banco de la República en 2000, que incluye trabajos suyos (algunos en referencia a la violencia en Colombia) y una extraordinaria colección de cerca de 80 obras del arte universal, que se pueden visitar en el Museo Botero que el Banco creó en su honor. También existe una colección de sus pinturas en el Museo de Antioquia y de sus esculturas en sus alrededores, donadas por el artista. En 2004 donó al Museo Nacional 50 nuevas obras realizadas entre 1999 y 2003, que tratan de nuevo la violencia colombiana. “Lo importante para mí es tomar imágenes que son tan conocidas que se han vuelto parte de la cultura popular y luego hacer algo diferente con ellas […] Empiezo a pintar sabiendo muy poco sobre la pintura. Generalmente tengo muy claro el tema central, pero no los colores que voy a usar. Son ellos los que dirigen el rumbo de la pintura. Yo simplemente sigo a los colores. Los aplico sobre el lienzo y ellos me sugieren los motivos; yo los interpreto en términos de la realidad […] Es por eso que necesito la libertad en cuestiones de proporción; debo ser capaz de incluir formas pequeñas o grandes para seguir al color de la manera en que lo hace un pintor abstracto…” (cita del propio Fernando Botero en la entrevista “Yo soy el más colombiano de los artistas colombianos, una conversación con Fernando Botero”, en el catálogo Botero, Francia, 1997). “El mundo que Botero proclama, defiende y construye –comentó la crítica de arte argentina Marta Traba en 1980– es profunda, irrevocablemente colombiano; no lo califico desde la perspectiva de los temas, por más locales que puedan ser, sino desde la perspectiva de la continuidad, la persistente conducta, la lealtad con un proyecto que atraviesa nada menos que el periodo de veinte años donde sobrevino la mayor desconfianza, entre arte-público-sociedad, y también las máximas estafas artísticas, que sacaron partido de tal desquiciamiento. Lección de pintura, recuperación potente de un mundo original, Botero redimensiona a Colombia, tal como lo hizo Cien años de soledad en su mejor medición: la fuerza creativa de sus artistas”. Por su parte, el crítico Santiago Londoño Vélez concluye que “a lo largo de su prolífica carrera de medio siglo, Botero ha creado un vasto y original universo inspirado principalmente en sus recuerdos infantiles y juveniles. Regida por unas leyes plásticas propias, fundamentada en un erudito conocimiento del arte clásico europeo en cuanto a técnica, color y composición, y conducida por una extraordinaria capacidad creativa y por un humor soterrado, su obra expresa de manera poética la tragicomedia colombiana del siglo XX, y ha sido asociada con un cierto modo de ser latinoamericano”. Obras. Pintura: Autorretratos (1982, 1991, 1992, 1995, 1996); Mujer llorando (1949); Frente al mar (1952); Paisaje de Fresole (1954); Mandolina sobre una silla (1957); Apoteosis de Ramón Hoyos (1959); Gallos (1959); Bodegón con manzanas (1960); Vida y milagros de Santa Teresa de Ávila (1962); Nuestra Señora de Fátima (1963); Abuela (1969); El travestista melancólico (1970); Niña envejecida (1971); Homenaje a Bonnard (1972); La guerra (1973); Pedro a caballo (1974); Árbol (1979); Le voleur (1980); Monalisa (1981); Veinte de julio (1984); La corrida (serie, 1885); Autorretrato según Velásquez (1986); Virgen (1986); Bodegón con plátanos (1987); La calle (1988); Jugadores de cartas (1989); Flores (1991); Autorretrato con bandera (1991); Toro (1992); El cuarto de baño (1993); Gato (1994); Pueblo (1995); La limosna (1996); Club de jardinería (1997), entre muchas otras. Escultura: Culebra (1977); Mujer (1982); Cabeza de mujer (1983); Hombre a caballo (1984); Los amantes (1985); Torso femenino (1986); Petit oiseau (1988); Chien (1989); Eva (1990); La mano izquierda (1992); Pájaro (1992); Torso masculino (1994); Venus durmiendo (1994) y Hombre con bastón (1996), entre muchas otras. Ver Museo Botero; Homenaje a Mantegna; La Corrida; Torso femenino; Museo de Antioquia.